Si alguna vez has tenido la grandiosa oportunidad de viajar en avión y observar desde tu ventilla el lugar que dejas tras de ti, recordarás que allá abajo se queda una enorme mancha de casas, autos, industrias, empresas, construcciones y demás que conforman la ciudad que estas despidiendo, algunas veces por algún tiempo, otras por siempre. Sin embargo, esta experiencia no es exclusiva de aquellos viajeros aéreos, también puede evidenciarse por autobús, cuando lentamente cruzas distintas zonas de la ciudad y finalmente dejas atrás la población entera.
En un breve lapso de tiempo el paisaje cambia, los anuncios publicitarios, los modismos y la manera de hablar y vaya; hasta las mismas personas; aunque he de señalar que desde el aire se puede contemplar con una mayor perspectiva holística estas transformaciones que ocurren súbitamente.
Probablemente a todos nos ha pasado lo siguiente en los momentos posteriores a nuestra partida: comienzas a recordar todas las experiencias que viviste en aquél lugar y con una enorme sonrisa recuerdas a aquellas personas que conociste y con las cuales conviviste y que ahora forman parte de tu vida. Al menos eso fue lo que por mi mente atravesó y me llevó a reflexionar sobre el tema central de este escrito: la movilidad.
Observaba la ciudad de noche y me pregunté ¿cuántos kilómetros cuadrados tendrá ésta ciudad? Muchos pensé, probablemente los suficientes como para lograr cierta “movilidad” y sin lugar a dudas los suficientes como para establecerse de modo indefinido, pero nunca los suficientes como para ahogar al espíritu aventurero. Rápidamente surgió en mí un asombro profundo ¿cómo puede ser que allá abajo existan muchísimas personas que jamás han salido de ese “contorno”, entorno, territorio infinitamente pequeño que llamamos ciudad? ¿ cómo puede ser que otros tantos nunca saldrán de aquél lugar en toda su vida?.
Si tan sólo ellos y nosotros nos eleváramos unos cuantos miles de metros por encima de nuestras ciudades, caeríamos en cuenta de nuestra pequeñez y del monumental y vasto terreno que nos rodea más allá de las localidades en las cuales habitamos. Muchos de nosotros moriremos en la ciudad donde nacimos y crecimos, eso no significa que estemos mal o debamos necesariamente radicar en otro país o continente. Lo verdaderamente importante es encontrar y hacer crecer el espíritu aventurero dentro de nosotros.
Logrando dicho impulso sin lugar a dudas nuestra perspectiva, visión y cosmovisión cambia radicalmente. Creo profundamente que uno nunca regresa igual a su lugar de origen o ciudad natal, en comparación a cómo salió de dicho territorio, esto es, siempre se aprende algo, mínimo si así lo crees, pero tu esencia se transformó. Esto por supuesto se encuentra íntimamente ligado con el grado de conciencia que se posea, porque existen personas que pareciera van en “automático” y pobremente describen lo que vivieron en su visita o ni siquiera prestaron atención.
En la medida de lo posible, trata de incentivar el espíritu aventurero que traes contigo, no importa si viajas en autobús, avión, tren o barco, no importa si recorres escasamente 2hr de camino o si viajas más de 15hr en un avión, lo importante es que te arriesgues y te decidas a emprender el viaje. ¿Se podrá vivir sin viajar? Por supuesto, el objetivo es que logremos salir tan sólo una vez de nuestros límites territoriales habituales y maravillarnos por lo que existe fuera de nuestro “mundo”.
Cuando se regresa a la ciudad natal se retorna a la aparente cotidianidad de antes, pero en el fondo sabemos que eso no es así. Ahora sabes que alguien que conociste a miles de kilómetros te está pensando, ahora por lo menos te das una idea del modo de vida de aquellas personas –que en el fondo buscan lo mismo que tu y yo-, logras identificar cuan grandes pueden ser sus similitudes y aprecias aún más sus discrepancias. En fin, la movilidad es algo que enriquece, aún más cuando abres bien los ojos y te sensibilizas con los otros.