Somos un paraíso de monopolios
El peripuerto
Sergio Aguayo Quezada
Primero me interrumpieron el sueño, después desaparecieron un vuelo, finalmente me confinaron durante tres horas en un estrecho rectángulo del aeropuerto internacional de la ciudad de México (AICM). Si se combina el anecdotario personal con datos duros se confirma el desamparo de los consumidores. Semanas después de que el gobierno de Felipe Calderón privatizara Aeroméxico, tomé el vuelo 932 de México a Monterrey. Después del despegue caí en un sopor gastronómico porque empecé a salivar soñando en una orden de cabrito; cuando llegaba a las glorias Aeroméxico nos aventó por las bocinas un estruendoso programa de anuncios y noticias insulsas. El suplicio duró casi 20 minutos y ninguna aeromoza quiso silenciar el ruido. Los nuevos dueños de la aerolínea demostraban su capacidad de innovación.El siguiente domingo regresé al AICM a recoger a un ser querido; venía en el vuelo 801 proveniente de Chicago que, según la pantalla de anuncios, llegaría “a tiempo” por la salida E3. En ese Aeropuerto es riesgoso confiarse porque la salida internacional es un juego de adivinanzas. Si se pregunta a los maleteros responden que “los de Mexicana casi siempre salen por la E2, pero si quiere estar bien seguro mejor espérese y pregunte a los que vayan saliendo”.Sabio consejo porque es un misterio por cuál de las dos puertas (la E2 o la E3) saldrán los viajeros de Estados Unidos, Europa, Asia y el resto del mundo. La razón se aprecia en los planos arquitectónicos: el área donde se recogen equipajes es un galerón gigantesco sin divisiones internas y quien obtiene sus maletas puede optar por salir por la E2 y la E3 que en la sala de espera están separadas por un gigantesco bloque de restaurantes y cafeterías.Pasó una hora y ninguna persona decía haber llegado en el vuelo 801 de Mexicana.
De un momento a otro desapareció de las pantallas toda referencia al vuelo. Se había esfumado y la minúscula caseta de información fue asediada por docenas de personas que recibían la misa respuesta: “Mexicana no informa nada, pero no se desespere porque a lo mejor se dilataron en migración”. Fueron dos horas de incertidumbre compartida. Inquieto, dediqué las siguientes dos horas a recorrer, una y otra vez, los 151 metros lineales que hay entre las dos terminales. En ese tiempo revisé con cuidado los 3,522 metros cuadrados de ese rectángulo en el cual convergen millones de personas cada año. Es un ambiente que sofoca porque las multitudes sólo cuentan con 560 metros cuadrados para la espera, una cifra ridícula si se piensa en la holgura de los pasillos dados en exclusividad al monopolio de maleteros que tienen a su disposición 289 metros cuadrados. La desazón también es causada por el desorden imperante; los policías ya sólo se concretan a evitar que los inquietos ingresen al territorio aduanal. Los mejores lugares son conquistados por los más audaces o fuertes.
Es una superficie privilegiada para algún antropólogo interesado en la pluralidad del México actual. Por ahí deambulan los yuppies con peinado sostenido por gel brillante arrastrados por ese celular transformado en extensión del cuerpo; las familias humildes se quedan en el mismo lugar mientras sus niños juegan a golpearse mientras llega el paisano con exceso de equipaje; las novias están acicaladas hasta el último detalle, pero se ven nerviosas por lo incierto de cualquier reencuentro; los enviados de las empresas levantan carteles con nombres en todo tipo de lenguas. La incomodidad se debe a que el 53% del rectángulo fue entregado a docenas de comercios, bares y restaurantes que se aprovechan del público cautivo para cargar precios más elevados de los habituales en el exterior. La consigna en esa parte del aeropuerto pareciera ser: “quien quiera descansar tendrá que pagar”. Como no hay una sola silla gratis los desinhibidos terminan desparramados en el piso mientras los ancianos se acurrucan en los peldaños de dos escaleras estrechas. Ahí se aprecia el desprecio del gobierno federal hacia los consumidores. ¿Cómo van a sacrificar espacio cuando éste puede ser rentado? Somos un paraíso de monopolios. En el rectángulo reina soberano Telmex porque son de él los 16 teléfonos públicos y las dos máquinas para conexión de Internet. Es un negociazo porque ningún aparato funciona con monedas; quien quiera hacer una llamada de urgencia debe comprar una tarjeta, la más barata de las cuales es de 30 pesos. Los monopolios de taxistas y maleteros imitan, cada cual a su manera, al omnipresente Telmex.Su competidora más fuerte, la española Movistar, sólo logró poner su nombre en el único reloj de pared. Todos los espacios están ocupados; por ejemplo, los postes fueron rentados por Samsung y LG. El negocio deber ser fenomenal porque si el metro cuadrado de renta mensual en Perisur anda entre los 35 y los 50 dólares, en el Aeropuerto se cotiza entre 70 y 160 dólares. Cuando se visita un centro comercial es previsible el asedio
. El Aeropuerto lo controla el gobierno federal que cobra al usuario internacional 170 pesos por utilizarlo y todavía lo somete a una extracción sistemática de dinero que es rematado en el estacionamiento. Por razones poco claras el estacionamiento del área nacional del AICM cuesta 34 pesos la hora mientras que el internacional llega a los $50. Por cierto, en el aeropuerto de Barajas-Madrid sólo cuesta 30 pesos la hora. En síntesis, el rectángulo aquí descrito confirma que los servicios públicos funcionan con lógica comercial. Es un Peripuerto.El secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Tellez, frecuentemente habla con orgullo de la infraestructura que construirá el gobierno de Felipe Calderón. No dice nada sobre su indolencia a la hora defender a los consumidores ninguneados por las aerolíneas y esquilmados y maltratados por el aeropuerto. Tampoco se preocupan la Procuraduría Federal del Consumidor, la Comisión Federal de Competencia u otras dependencias federales encargadas de tutelar derechos.
Este es una breve noticia que encontrè divagando en la red y espero que ejemplifique algunas de tantas cosaas que sueceden en el H. (honorable ja!) AICM y que sin duda alguna dan al traste con los grandes discursos que nuestra dirigencia suele mencionar cada vez que algùn medio de comunicaciòn aborda el tema del aeropuerto.
El peripuerto
Sergio Aguayo Quezada
Primero me interrumpieron el sueño, después desaparecieron un vuelo, finalmente me confinaron durante tres horas en un estrecho rectángulo del aeropuerto internacional de la ciudad de México (AICM). Si se combina el anecdotario personal con datos duros se confirma el desamparo de los consumidores. Semanas después de que el gobierno de Felipe Calderón privatizara Aeroméxico, tomé el vuelo 932 de México a Monterrey. Después del despegue caí en un sopor gastronómico porque empecé a salivar soñando en una orden de cabrito; cuando llegaba a las glorias Aeroméxico nos aventó por las bocinas un estruendoso programa de anuncios y noticias insulsas. El suplicio duró casi 20 minutos y ninguna aeromoza quiso silenciar el ruido. Los nuevos dueños de la aerolínea demostraban su capacidad de innovación.El siguiente domingo regresé al AICM a recoger a un ser querido; venía en el vuelo 801 proveniente de Chicago que, según la pantalla de anuncios, llegaría “a tiempo” por la salida E3. En ese Aeropuerto es riesgoso confiarse porque la salida internacional es un juego de adivinanzas. Si se pregunta a los maleteros responden que “los de Mexicana casi siempre salen por la E2, pero si quiere estar bien seguro mejor espérese y pregunte a los que vayan saliendo”.Sabio consejo porque es un misterio por cuál de las dos puertas (la E2 o la E3) saldrán los viajeros de Estados Unidos, Europa, Asia y el resto del mundo. La razón se aprecia en los planos arquitectónicos: el área donde se recogen equipajes es un galerón gigantesco sin divisiones internas y quien obtiene sus maletas puede optar por salir por la E2 y la E3 que en la sala de espera están separadas por un gigantesco bloque de restaurantes y cafeterías.Pasó una hora y ninguna persona decía haber llegado en el vuelo 801 de Mexicana.
De un momento a otro desapareció de las pantallas toda referencia al vuelo. Se había esfumado y la minúscula caseta de información fue asediada por docenas de personas que recibían la misa respuesta: “Mexicana no informa nada, pero no se desespere porque a lo mejor se dilataron en migración”. Fueron dos horas de incertidumbre compartida. Inquieto, dediqué las siguientes dos horas a recorrer, una y otra vez, los 151 metros lineales que hay entre las dos terminales. En ese tiempo revisé con cuidado los 3,522 metros cuadrados de ese rectángulo en el cual convergen millones de personas cada año. Es un ambiente que sofoca porque las multitudes sólo cuentan con 560 metros cuadrados para la espera, una cifra ridícula si se piensa en la holgura de los pasillos dados en exclusividad al monopolio de maleteros que tienen a su disposición 289 metros cuadrados. La desazón también es causada por el desorden imperante; los policías ya sólo se concretan a evitar que los inquietos ingresen al territorio aduanal. Los mejores lugares son conquistados por los más audaces o fuertes.
Es una superficie privilegiada para algún antropólogo interesado en la pluralidad del México actual. Por ahí deambulan los yuppies con peinado sostenido por gel brillante arrastrados por ese celular transformado en extensión del cuerpo; las familias humildes se quedan en el mismo lugar mientras sus niños juegan a golpearse mientras llega el paisano con exceso de equipaje; las novias están acicaladas hasta el último detalle, pero se ven nerviosas por lo incierto de cualquier reencuentro; los enviados de las empresas levantan carteles con nombres en todo tipo de lenguas. La incomodidad se debe a que el 53% del rectángulo fue entregado a docenas de comercios, bares y restaurantes que se aprovechan del público cautivo para cargar precios más elevados de los habituales en el exterior. La consigna en esa parte del aeropuerto pareciera ser: “quien quiera descansar tendrá que pagar”. Como no hay una sola silla gratis los desinhibidos terminan desparramados en el piso mientras los ancianos se acurrucan en los peldaños de dos escaleras estrechas. Ahí se aprecia el desprecio del gobierno federal hacia los consumidores. ¿Cómo van a sacrificar espacio cuando éste puede ser rentado? Somos un paraíso de monopolios. En el rectángulo reina soberano Telmex porque son de él los 16 teléfonos públicos y las dos máquinas para conexión de Internet. Es un negociazo porque ningún aparato funciona con monedas; quien quiera hacer una llamada de urgencia debe comprar una tarjeta, la más barata de las cuales es de 30 pesos. Los monopolios de taxistas y maleteros imitan, cada cual a su manera, al omnipresente Telmex.Su competidora más fuerte, la española Movistar, sólo logró poner su nombre en el único reloj de pared. Todos los espacios están ocupados; por ejemplo, los postes fueron rentados por Samsung y LG. El negocio deber ser fenomenal porque si el metro cuadrado de renta mensual en Perisur anda entre los 35 y los 50 dólares, en el Aeropuerto se cotiza entre 70 y 160 dólares. Cuando se visita un centro comercial es previsible el asedio
. El Aeropuerto lo controla el gobierno federal que cobra al usuario internacional 170 pesos por utilizarlo y todavía lo somete a una extracción sistemática de dinero que es rematado en el estacionamiento. Por razones poco claras el estacionamiento del área nacional del AICM cuesta 34 pesos la hora mientras que el internacional llega a los $50. Por cierto, en el aeropuerto de Barajas-Madrid sólo cuesta 30 pesos la hora. En síntesis, el rectángulo aquí descrito confirma que los servicios públicos funcionan con lógica comercial. Es un Peripuerto.El secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Tellez, frecuentemente habla con orgullo de la infraestructura que construirá el gobierno de Felipe Calderón. No dice nada sobre su indolencia a la hora defender a los consumidores ninguneados por las aerolíneas y esquilmados y maltratados por el aeropuerto. Tampoco se preocupan la Procuraduría Federal del Consumidor, la Comisión Federal de Competencia u otras dependencias federales encargadas de tutelar derechos.
Este es una breve noticia que encontrè divagando en la red y espero que ejemplifique algunas de tantas cosaas que sueceden en el H. (honorable ja!) AICM y que sin duda alguna dan al traste con los grandes discursos que nuestra dirigencia suele mencionar cada vez que algùn medio de comunicaciòn aborda el tema del aeropuerto.
1 comentario:
Hola amoor muy interesante todo el articulo. Bien que sigas escribiendo. Nos veremos pronto
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